En cada publicación los libros de El País Que Viene invitamos a importantes figuras salvadoreñas para que compartan sus ideas a través de un prólogo. A manera de homenaje a una persona tan determinante para la historia de los últimos años, les comparto el texto del Dr. Armando Calderón Sol en el libro “El país que viene: Jóvenes en el exterior” (Foto: EDH)
Los jóvenes adelantados y la grandeza de la nación
Por Dr. Armando Calderón Sol, expresidente de la República
1948 – 2017
Los hombres y mujeres de mi generación asumimos una posición de liderazgo cuando tocó defender los nobles anhelos de la patria; pusimos los hombros ante grandes desafíos; hicimos frente a la necesidad natural de avanzar sostenidamente hacia la construcción de un nuevo El Salvador. Nos pusimos en primera fila para ofrecer nuestra determinación, nuestro compromiso y nuestra visión para el futuro.
Ayer y hoy, ser líder se determina por la audacia, la creatividad y la valentía. Con el avance social, la convivencia democrática y la modernidad tecnológica aparecen ante nosotros nuevos desafíos a los que hay que responder con actitud propositiva y en beneficio de todos.
Cuando asumí la presidencia de la República encontré un desafío que lo sentía como propio, y era el de dar cumplimiento a los Acuerdos de Paz. Había que promover cambios institucionales, políticos y de orden legal, transformaciones que estaban previstos en los mismos Acuerdos. Respetarlos no era negociable, honrarlos a pesar de la falta de recursos para su financiación fue una postura determinante para que hoy, décadas después, nos parezcan aspectos superados y condiciones que damos por hechas.
En forma personal consideré que tenía ante mí la prueba más grande de mi carrera política: demostrar mi compromiso con la paz y el desarrollo democrático del país. Mi quinquenio 1994-1999 fue un período difícil. El país había entrado en una nueva etapa en la cual no debíamos retroceder; nuestro gobierno era el resultado de las primeras elecciones libres en las que participaba la extrema izquierda. De ese ejercicio democrático debía salir victorioso nuestro país, sin importar quien ganara.
Asumir el gobierno no fue solo un compromiso por continuar el orden constitucional a secas, significaba también asegurar la gobernabilidad, la eficacia de la ruta hacia la convivencia democrática, dotar al país de independencia política respecto a organismos internacionales quienes guiaban y observaban la paz. Y había que reconstruirnos juntos, izquierda y derecha, el país completo, en todos los aspectos.
En pocas palabras, mi presidencia debía posibilitar las condiciones y establecer las bases para que El Salvador caminara por la senda del desarrollo y la convivencia.
Hoy, a la luz de 2017 puedo ver que aquel grupo de hombres y mujeres de mi generación entregamos nuestro mejor esfuerzo, nos involucramos y transitamos con el país en el corazón para llevarlo a mejores estadíos.
La realidad actual es compleja. Pero las aspiraciones para nuestra patria son grandes, no debemos pedir menos. La fuerza de nuestros sueños puede más que las limitaciones. Indudablemente, tenemos las ganas necesarias, nos define un espíritu de grandeza, no solo somos laboriosos y comprometidos, sino además propositivos y eso nos da certeza en el futuro.
El país que viene será la suma de nuestro empuje, de nuestro grado de inserción en la realidad aumentada que pone ante nosotros la revolución tecnológica, de la acertada traducción de los avances globales hacia nuestras necesidades, hacia nuestras potencialidades.
El Salvador del futuro será tan fuerte como lo cultivemos todos y tan grande dependiendo del tamaño de nuestra convicción para sumar juntos, con la mirada puesta hacia un mismo objetivo.
Aparecen en la esfera internacional nuevas formas, materiales, conocimientos y grandes transformaciones que transitan vigorosamente, ya sea por la estética de los círculos intelectuales, o por la abrazadora fuerza de las redes. Afortunadamente allí hay jóvenes salvadoreños adelantados que están inmersos en ambos espacios. Son una generación sin fronteras que aprenden, que construyen y reconstruyen permanentemente el conocimiento.
Se trata de una generación de jóvenes salvadoreños estimulados por la búsqueda de sus sueños y firmes en la marcha de sus pasos hacia adelante. Ellos están revolucionando el inmenso capital social y cultural que significan los salvadoreños en el exterior. Son la nueva gente que definirá la patria desde aquellas tierras lejanas que ya no les son extrañas.
Reconozco en la iniciativa “El País Que Viene” un noble esfuerzo por poner de manifiesto el talento de los jóvenes salvadoreños. Con este segundo libro nos descubren lo que piensa, siente y aporta la generación de la paz, esa nueva generación de compatriotas que ahora se desenvuelven en variados campos y múltiples realidades alrededor del mundo.
Migrar es una dinámica propia del contexto global, pero en nuestra realidad dominan las incontables historias que nos recuerdan lo valientes que son nuestros hermanos cuando se marchan lejos de casa. Valientes y nobles porque siempre buscan la ruta de sus sueños sin olvidar la tierra que les vio nacer.
Aprovechemos el conocimiento y el impulso de los autores de este valioso libro para identificar esas ideas que se traduzcan en oportunidades para nuestra nación, y que acompañados por el compromiso de quienes estamos en el territorio geográfico, podamos construir un gran El Salvador en donde alejarse sea solo una opción.
Recibamos con plena confianza el futuro, apostando nuestra fuerza, nuestro impulso y nuestro espíritu laborioso.
